Los bolivarianos, como se conoce a los
partidarios de Chávez, ofrecieron un programa político que desafió al consenso de
Washington y sus postulados de neoliberalismo en casa y guerras en el
extranjero. Fue esa la razón principal de su denigración, que
continuará mucho después de su muerte.
La élite venezolana es
notoriamente racista.
Consideraba al presidente electo de su país ordinario e incivilizado, un zambo,
mezcla de africano e indio, en quien no se podía confiar. Sus partidarios eran
presentados como micos en las cadenas de la televisión privada. Colin Powell
tuvo que dar una reprimenda pública a la embajada de Estados Unidos en Caracas
por dar una fiesta en la que Chávez fue retratado como un gorila.
Intentemos hacer la
revolución, entrar en combate, avanzar un poco, aunque sólo sea un milímetro,
en la dirección correcta, en vez de soñar en utopías. (Chávez)
Recuerdo
que una vez me senté al lado de una anciana de ropas modestas, en uno de sus
mítines. Ella me preguntó acerca de él. ¿Qué me parecía? ¿Actuaba bien?
¿Hablaba demasiado? ¿No era demasiado áspero a veces? Lo defendí, y ella se
mostró aliviada. Era su madre, preocupada de que quizá no lo hubiera educado
bien. Desde niño procuramos que leyera libros. Esa pasión por la lectura
permaneció en él. La historia, la ficción y la poesía eran los amores de su
vida.
La imagen
de Chávez más popular en Occidente era la de un caudillo opresor. Si hubiera
sido cierto, me gustaría que hubiese más de esos. La Constitución bolivariana,
combatida por la oposición, por sus periódicos y canales de televisión y la CNN
local, además de sus patrocinadores occidentales, fue aprobada por la gran
mayoría de la población. Es la única constitución del mundo que prevé la
posibilidad de revocar el mandato a un presidente por medio de un referendo
basado en recolectar firmas suficientes.
Hugo
Chávez y yo
Tariq
Alí
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